Medusahra no es un nombre que elegí: es una fisura que me encontró.
Un pliegue entre la lengua y el espíritu donde algo quebrado empezó a resonar con más fuerza que todo lo entero. No fue una decisión, fue una irrupción. Una herida antigua que encontró, en el gesto de nombrar, una forma de devenir órgano.
No vine a escribir, vine a permitir.
A dejar que lo no dicho se manifieste con la violencia de lo inevitable. A ofrecer un espacio donde los restos —objetos, símbolos, murmullos— no tengan que ordenarse ni explicarse, solo vibrar en su espesor. Aquí no busco coherencia ni consuelo: busco fisuras, disonancias, retazos que se nieguen a ser traducidos del todo.
Este es mi desierto.
Un terreno incierto donde las palabras caen como piedras calientes sobre la arena; algunas se hunden sin rastro, y otras laten lunas después, bajo otro cielo, en otro cuerpo, en otra lengua. Aquí no nombro para definir, sino para reconocer. Nombrar es un gesto de complicidad, no de control. Reconozco lo ilegible, lo ambivalente, lo bello en su resistencia. Aquí las palabras no capturan: abren.
He caminado entre ruinas,
con dos lenguas en la boca y una escritura en las manos. Fui educada en la grieta: entre los relieves de piedra caliza y las montañas andinas, entre alfabetos que se cruzan pero no se recuerdan, entre una cultura que arde y otra que encierra. Entre la violencia de la asimilación y la ternura del desvío.
Aprendí a pensar con símbolos, con fragmentos, a nombrar con códigos que nadie me enseñó. Entre abstracciones veladas, sombras que danzan entre la luz. Entre lo que se guarda y lo que se desborda.
Todo lo que hago nace de ese cruce inestable, de ese linaje dislocado que se hereda y se re—inventa con cada contradicción, con cada pérdida asumida como forma de vida. Hablo desde un archivo que respira, que no tiene índice ni origen claro, y cuya única ley es la transformación.
Mi gabinete de sombras.
Mi archivo de lo indecible. Una zona donde el tiempo no fluye: se acumula. Donde el yo no se confiesa: se disgrega en símbolos. Es una habitación sin puertas donde los ecos forman arquitectura.
Soy descendiente de oasis invisibles y ciudades laberínticas escritas en caligrafías de fuego. No vengo del orden, sino de su disolución: del desvío, del tránsito perpetuo, de la fricción entre lo que desea formar parte y lo que sabe que no pertenece.
Me formé en las grietas de los sistemas, en los márgenes de los mapas donde las genealogías se enredan y los nombres se vuelven bruma. Aprendí a leer en los márgenes y a escribir en las ruinas.
Habito el desplazamiento como herencia y como método, no como huida, sino como insurrección contra la fijeza. Contra la lógica genealógica que exige continuidad, identidad, coherencia.
Lo mío es otra forma de permanencia: una que se curva, que se disuelve, que reaparece en otro registro, con otro rostro, como un poema que se niega a cerrarse.
Mi linaje es constelación sin centro,
hecha de fragmentos afectivos que no obedecen a ninguna cronología. Ni origen ni destino: tan solo intensidades.
Llevo en el cuerpo un archivo emocional errante, sin índice, donde cada cicatriz funciona como código y cada goce como subversión del tiempo.
Mi genealogía no es lineal: es una danza de restos, una música de intervalos. Soy hija del entre-lugar, del exilio interior, de los mundos que no alcanzaron a fundarse pero dejaron señales.
Aquí hablo —no para explicar, sino para encarnar lo inexplicable.
Aquí escribo —no para narrarme, sino para invocar.
Aquí estoy —como un eco con cuerpo, como un signo que respira.
Y si algo perdura, que no sea la forma, sino la frecuencia.
El temblor que sobrevive a toda sintaxis, la vibración sutil de lo que no se deja atrapar ni fijar. Que mi nombre no sea una firma, sino un pliegue en el tejido del mundo. Que este archivo no se conserve: que se active. Que no se entienda: que se sienta.
Porque no vine a establecer sentido, sino a invocar presencias.
A dejar señales para quien también habite el borde, la ruina, el relámpago.
Y si alguien escucha, que escuche con el cuerpo.
Y si alguien responde, que no traduzca.
Que dance.
“Soy la oveja Vantablack: garganta de agujero negro, aberración de luz, animal imposible que ya no cabe en el rebaño.”
— Medusahra